V.- El proletariado de París toma el cielo por asalto

La revolución del 4 de septiembre y la III República

Dos décadas después del golpe de estado que había llevado a Luis Bonaparte al poder y permitido una segunda restauración monárquica, en sus últimos años, el II Imperio napoleónico padecía una crónica descomposición y crisis, que le llevó a impulsar sucesivas aventuras militares con tal de compensar la falta de legitimidad del régimen. Francia vivía una progresiva efervescencia revolucionaria, que obligó al Gobierno a flexibilizar el control político permitiendo de nuevo, bajo permiso gubernamental, la formación de asociaciones y la celebración de reuniones públicas. Entre 1868 y 1869, se despliega un amplio movimiento de asambleas públicas que se realizan en salones, cafés y plazas de la periferia popular de París, concitando la participación de miles de trabajadores y personas de la clase media, que escuchan discursos y debaten sobre diversos temas que hasta entonces habían sido censurados. Sin embargo, la creciente radicalización de esos mítines lleva a que varios de ellos sean dispersados violentamente terminando en fuertes tumultos; igualmente, tras las elecciones generales de 1869, estallan protestas que devienen en revueltas populares.

A inicios de 1870, se suceden un par de intentos insurreccionales impulsados por militantes de las organizaciones revolucionarias. El primero, cuando un príncipe de la familia Bonaparte asesina al periodista Victor Noir, cuyo cortejo fúnebre enciende los ánimos y deriva en una manifestación de más de 100 mil personas contra el Imperio y, el segundo, por el encarcelamiento del periodista de izquierda, Henri Rochefort; aunque los soldados dispersaron ambos motines, estas acciones marcaron una pauta de radicalismo y confrontación crecientes. Ante ello, el régimen respondió con el llamado proceso Blois, encarcelando a decenas de líderes de las organizaciones revolucionarias acusados de preparar un atentado contra el emperador, lo cual no fue más que un montaje creado para controlar a los grupos revolucionarios.  En esa misma sintonía se realizó el último plebiscito organizado por Napoleón III, quien a pesar de buscar legitimarse con una pregunta engañosa[1], arrojó más de 1,5 millones de votos en rechazo a su mandato, originándose manifestaciones de repudio que se tornaron batallas campales con la policía, con un saldo de varios muertos.

Paralelamente, en los principales centros industriales de Francia se venía extendiendo una poderosa ola de huelgas, que aunque muchas acaban en represiones con decenas de encarcelados, heridos y asesinados, el proletariado conquistó en algunas fábricas sus demandas, produciéndose una creciente politización obrera, que fortalece su organización y combatividad. Esta atmósfera se exacerba en los primeros meses de 1870, conforme se hacen más fuertes los rumores de guerra entre Francia y Prusia; pero, a contracorriente del patriotismo que se extiende entre las capas más atrasadas de la población, las organizaciones más politizadas de la clase obrera fortalecen sus lazos internacionales que se traducen en la formación de una federación de secciones afiliadas a la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), contra la cual el régimen emprende una campaña de persecución y abre 3 procesos judiciales[2].

Ello no impide que se generan diversas expresiones internacionalistas de solidaridad: “¡Obreros de Francia, de Alemania… Unamos nuestras voces en un grito unánime contra la guerra!” escribe la sección francesa de la AIT; “jamás olvidaremos que los obreros de todos los países son nuestros amigos y los déspotas de todos los países, nuestros enemigos”, responde el proletariado alemán. Asimismo, la clase obrera en Francia y Alemania articula masivas manifestaciones por ¡la paz, el trabajo y la libertad! en las que participan también miles de estudiantes, internacionalistas y revolucionarios, las cuales son severamente reprimidas por los gobiernos burgueses tanto en Francia como en Alemania, que encuentran en la exaltación patriótica y en los llamados a la unidad nacional un recurso para contener el enorme ascenso de luchas obreras que se esparce en ambos lados de la frontera. La represión del gobierno cae sobre las organizaciones proletarias de vanguardia que participan en las manifestaciones por evitar la conflagración bélica.

Pero el estallido de la guerra con Prusia en julio de 1870 y las primeras derrotas de Francia -cuya información es manipulada para intentar esconder los fracasos- provocan violentas protestas en París y otras capitales provinciales. A inicios de agosto, el proletariado parisino saquea la Bolsa y rodea amenazante la casa del jefe ministerial Ollivier, gritando ¡A las armas! ¡Abajo el emperador! ¡Viva la República! Días después, mientras sesiona la Asamblea Nacional, miles de manifestantes cercan el Palacio Borbón exigiendo la destitución del gobierno y la instauración de la República. Este ambiente es aprovechado por Auguste Blanqui y su organización conspirativa para llevar a cabo el 14 de agosto un golpe insurreccional en el distrito La Villete, que fracasa en su intento por apoderarse del cuartel de bomberos, terminando en una marcha armada pero que no logra concitar el apoyo popular, por lo que son detenidos varios amotinados acusados de “traición” y sentenciados a muerte, mientras los demás deben refugiarse en la clandestinidad. Se recrudece la ola represiva, los disidentes son tildados de servir como agentes de Prusia; se generalizan los arrestos y se extiende el estado de sitio en varias provincias.

Entre las derrotas militares y la represión, se produce un cambio en la conciencia del proletariado, que retira su apoyo a la aventura bélica del Imperio y comienza a exigir armas, amenazando con tomarlas por la fuerza para impulsar la defensa, mientras la burguesía forma sus propios batallones para oponerse al descontento proletario. Bajo esas circunstancias, ya solo a la familia real y a su camarilla les interesa el triunfo sobre Prusia, pues saben que la derrota significaría el fin del Imperio; todavía a finales de agosto, Trochu, el último ministro de guerra de Bonaparte, ordena a los generales franceses resistir a toda costa, pues de lo contrario “la revolución estallará en París”. Pero fuera de la facción bonapartista de la burguesía, todas las demás facciones burguesas vislumbran la inevitable derrota y buscan capitalizarla a su favor para sustituir en el poder a Napoleón. De un lado, las facciones monárquicas desean un mero recambio dinástico, del otro, los republicanos buscan montarse en el clamor popular, que exige la República como medio para salvar la patria. Pero, si para las masas la República era el instrumento para emprender la guerra nacional revolucionaria, para la burguesía era un arma no tanto contra el Imperio sino, sobre todo, contra la revolución.

Así, los motivos políticos se van imponiendo sobre los militares en el curso de la guerra, la cual es boicoteada sistemáticamente por el Gobierno para contener el ascenso revolucionario del proletariado parisino. Las mejores opciones estratégicas para lograr resistir y vencer la invasión prusiana son abandonadas por el riesgo de que el régimen se desplome e, incluso, las pocas batallas que se ganan son acotadas en su impulso ofensivo, con lo que acaban convirtiéndose en derrotas. Ante el auge revolucionario que recorre París y otras regiones, la burguesía se vuelve derrotista, pues la paz comienza a aparecer ante sus ojos como un mal menor frente al “peligro rojo”. La perspectiva de que sean los prusianos quienes salven a París del proletariado se presenta como la opción más plausible para proteger el orden burgués; mientras que las posibilidades de triunfo asustan a la burguesía pues hacen despertar el recuerdo de la leva en masa y la guerra revolucionaria durante el periodo más radical de la primera revolución francesa. Sin embargo, la derrota de Sedan en los primeros días de septiembre, y el consecuente cautiverio del emperador resuelven la disyuntiva, comienza entonces la revolución.

El 2 de septiembre de 1870, con los primeros informes del desastre de Sedan, la oposición busca sustituir al gobierno bonapartista de manera pacífica; se barajan una serie de combinaciones posibles entre los distintos ministros sin atreverse a deponer a Napoleón; se plantea la idea de un Triunvirato e, incluso, se le pide a Adolphe Thiers que forme un gobierno de coalición junto con el general Trochu, al que se le busca colocar como gobernador militar de París. Al día siguiente, cuando el pueblo parisino se entera de la capitulación, las masas comienzan a aglutinarse en la Plaza de la Concordia y se producen masivas manifestaciones en diversos barrios parisinos exigiendo el destronamiento de Napoleón y gritando ¡Viva la República!; diversos contingentes se dirigen hacia el edificio del Cuerpo Legislativo que paulatinamente se ve rodeado de una inmensa multitud obrera. Los diputados buscan calmar los ánimos y dispersar a los manifestantes posponiendo sus discusiones para una sesión nocturna; lo cual funciona y es aprovechado para traer tropas militares que rodean el Palacio Borbón. Sin embargo, durante la noche, nuevamente bajan miles de pobladores desde los barrios obreros a cercar el Cuerpo Legislativo, por lo que los diputados se ven presionados a proclamar por la madrugada el fin del Imperio.

Pero el pueblo no se dispersa e, incluso, por la mañana, llega mayor número de manifestantes; los diputados intentan erigirse en un nuevo gobierno y convencer a la gente de la necesidad “de seguir unidos y no andar con revoluciones”, piden paciencia en lo que deliberan; mientras tanto, afuera las masas se desesperan y forman columnas que, dirigidas por los blanquistas y otros militantes revolucionarios, van rumbo a las cárceles a liberar a los prisioneros políticos[3] que habían sido encerrados en las recientes protestas, al tiempo que el grueso de los contingentes sostienen el asedio popular sobre el Palacio Borbón. El pueblo continúa esperando pero, al escucharse insinuaciones sobre firmar la paz con Prusia, se exasperan los ánimos y las masas empujan tumbando las rejas e ingresando al edificio, donde encuentran una débil resistencia de los soldados; la gente logra abrirse paso hasta la sala de sesiones, ocupa los escaños legislativos y destituye al Gobierno. Queriendo evitar formar un gobierno provisional que incluyera a los dirigentes populares que habían encabezado la revolución, los diputados de izquierda convencen a la multitud de trasladarse al Ayuntamiento para proclamar por la madrugada la República; pero cuando llegan se encuentran con los blanquistas y jacobinos que habían ya tomado el Hotel de Ville, sin embargo, logran maniobrar y convencerlos de que solo los diputados tenían representación para gobernar.

Se establece así el denominado Gobierno de Defensa Nacional, conformado en su mayoría por el ala moderada de los diputados republicanos[4] que habían pertenecido al anterior Cuerpo Legislativo. Por la presión de las masas se incorpora como miembro el periodista de izquierda moderada Henri Rocheford, recién liberado de la cárcel, sin embargo, también se nombra Presidente al general Trochu -quien apenas unos días antes había servido a Napoleón- encargado de dirigir la defensa contra Prusia. Gambetta, diputado republicano radical, se posesiona del Ministerio de Interior, nombra al jefe municipal y a los alcaldes de los 20 distritos de París, haciéndose del control del gobierno local. Por su parte, los sectores más reaccionarios de la burguesía vacilan en su actitud frente a la República; mientras los republicanos conservadores como Thiers, mantienen una posición ambigua que los lleva a acercarse al nuevo gobierno con tal de usarlo para contener la revolución; los monárquicos permanecen opuestos a la República, toman distancia del nuevo Gobierno por ser producto de una insurrección y comienzan a elucubrar un plan de paz con Prusia a fin de aplastar la revolución e intentar restaurar la Monarquía.

La revolución política del 4 de septiembre logra derribar por cuarta vez a la Monarquía en Francia, pero el triunfo popular es escamoteado por los diputados republicanos quienes inmediatamente se apresuran a canalizar la insurrección hacia la conformación de un nuevo gobierno controlado por ellos y excluyendo a la izquierda revolucionaria que había dirigido el proceso. Así, los republicanos logran contener la revolución dentro de los marcos del orden burgués y arrebatan las riendas del movimiento a los insurrectos quienes, creyendo que con haber derrocado al II Imperio ya habían triunfado, depositan su confianza en la izquierda republicana, cediéndole el poder que el pueblo recién había conquistado con su acción masiva y decidida. Bajo el liderazgo de los republicanos burgueses, pero contando a su vez con el apoyo de los líderes revolucionarios, que se dejan arrastrar por el patriotismo que todavía prevalece entre la población, se constituye un Gobierno de conciliación de clases nacido de una alianza entre el proletariado y la Burguesía, envuelto en el manto ideológico de la unidad nacional contra la invasión extranjera.

Paralelamente, la derrota y caída del Imperio también tuvo efectos en las provincias urbanas con mayor presencia proletaria. En Lyon, Marsella, Grenoble  y Toulouse se desatan procesos insurreccionales entre agosto y septiembre que, aún antes de París, desembocarían en la formación de las primeras experiencias de comuna revolucionaria, donde los insurrectos colocan banderas rojas en los palacios de gobierno; sin embargo, a diferencia del proceso parisino que es producto del movimiento masivo del proletariado, las rebeliones en aquellas ciudades son resultado de golpes de mano dirigidos por segmentos de vanguardia, carecen de un firme apoyo popular y están descoordinados de los eventos que ocurren en la capital, por lo que resultan ser prematuros y localizados, durando apenas unas horas o si acaso pocos días y luego son derrotados. Se abre entonces una grieta entre la capital parisina, que se va radicalizando progresivamente, y las provincias del interior en las que se logra imponer la reacción; con ello, París quedó aislada del resto de Francia en su resistencia contra la invasión.

El sitio de París y la capitulación del Gobierno de Defensa Nacional

Después de su victoria en Sedan, Prusia encontró el camino despejado para guiar sus ejércitos hacia el centro de Francia. Estrasburgo soportó por más de 1 mes el cerco prusiano pero cayó el 18 de septiembre; el sitio sobre la capital inició el día 19. París quedó acorralada por las tropas prusianas que se acantonaron en la meseta Chatillon, asediando la muralla que rodeaba la ciudad, obligada a comunicarse únicamente por vía de globos y palomas mensajeras que enviaba hacia las provincias. Remembrando la Gran Revolución francesa, cuando la primera República impulsó la guerra revolucionaria ante el ataque de las potencias europeas coaligadas, los parisienses pedían armas para resistir el sitio; contando con que una delegación encabezada por el ministro Gambetta reorganizaba en Loira un Ejército francés, las masas parisinas esperaban lograr encerrar al Ejército prusiano en una pinza entre las tropas que marcharan desde las provincias y una valerosa salida organizada desde París. Pero así como el Imperio condujo la primera etapa de la guerra privilegiando los motivos políticos por sobre la estrategia militar, similarmente, el plan de los dirigentes del Gobierno de Defensa Nacional no era vencer a Prusia sino buscar a toda costa la paz para frenar la revolución y restablecer el orden, mientras la expulsión de los invasores pasaba a segundo plano[5].

Al contrario de las predicciones tanto de Prusia como de los sectores reaccionarios franceses, quienes creyeron que, al igual que Estrasburgo, París apenas podría resistir un mes el sitio, el pueblo parisino soportó durante más de 4 meses el asedio del Ejército invasor. Y este logro fue una hazaña principalmente del proletariado y las clases populares de París, quienes se enfrentaron no solo al enemigo extranjero sino a la claudicación de los altos mandos militares cuya ineptitud, desorganización e inmovilidad se combinaron con la negligencia, duplicidad y el boicot consciente y sistemáticamente ejecutado por parte de los nuevos funcionarios que integraban el Gobierno quienes, aunque supuestamente eran los encargados de defender la patria, desde un inicio dieron por descontada la imposibilidad de resistir y buscaron inmediatamente entablar negociaciones de paz con Prusia. La defensa falló desde un inicio porque el triunfo sobre los prusianos sólo podría conseguirse mediante la movilización revolucionaria de las masas, tanto en provincia como en París; pero quienes quedaron al frente del Gobierno no esperaban ni deseaban la victoria, la burguesía prefirió mil veces entregar París a los prusianos que dejarla en las manos de la clase obrera.

En efecto, el mismo día que comenzó el sitio, Jules Favre, una de las figuras principales del Gobierno, salió de la ciudad utilizando un salvoconducto para entrevistarse con el canciller prusiano Bismark, en la idea de proponerle un armisticio para celebrar elecciones a una Asamblea Constituyente que permitiera al nuevo gobierno consolidarse y convencer al pueblo francés sobre la necesidad de entablar negociaciones. Sin embargo, estas gestiones fueron frustradas debido a que Prusia impuso como parte de las condiciones de paz la cesión de territorio, lo cual fue rechazado por Favre no tanto por su patriotismo sino porque sabía que cualquier insinuación en ese sentido volcaría sobre su gobierno la ira revolucionaria del pueblo parisino. Simultáneamente, el Gobierno envió a Thiers como agente diplomático a las cortes de las potencias europeas, a fin de conseguir su intermediación en favor de Francia, prometiendo en compensación una restauración monárquica. Inglaterra y Rusia temían una victoria alemana pero no estaban dispuestas a intervenir militarmente, así que solo intercedieron para que Bismark permitiera a Thiers retornar a París, conferenciar con el Gobierno y anunciar el plan de un armisticio.

Sin ningún apoyo concreto de los reyes europeos, y presionado por el pueblo parisino, el Gobierno de Defensa Nacional se vio orillado a simular una farsa de resistencia al sitio, para el cual no se había efectuado ningún preparativo. A pesar de contar con una gran cantidad de provisiones militares y de alimentos, no se tenía un censo exacto del número de habitantes que permanecían en París ni se hizo nada por evacuar a los sectores que, no estando en condiciones de combatir, representaban bocas que alimentar; mucho menos hubo un intento por movilizar al conjunto del pueblo para la defensa. Esta inercia e ineptitud malintencionadas por parte del Gobierno fueron generando un creciente descontento entre la población conforme se comenzaron a resentir los efectos del sitio militar derivados del racionamiento de alimentos, el cierre de tiendas, la elevación de precios y las largas filas para comprar productos básicos, lo que inevitablemente minó las condiciones de vida de las masas parisinas. Entonces, si inicialmente los sucesos del 4 de septiembre provocaron confusión ideológica entre la clase obrera y sus dirigentes que, arrastrados por la ola patriótica, dieron su apoyo al Gobierno de Defensa Nacional; ahora, bajo el hambre, el frío, la peste y la muerte derivados de la invasión, el proletariado intenta construir una alternativa propia, comienzan a emerger nuevos liderazgos y organismos creados para afrontar la crítica situación.

Renacen entonces los clubs, comités y asambleas populares, en los que participaban los sectores más avanzados del pueblo, quienes se distancian de los líderes republicanos e intentan retomar la iniciativa; el proletariado ya no solo exige una defensa efectiva de la capital sino que denuncia la traición del Gobierno, comenzando a plantear sus propias reivindicaciones y apuntalando dentro de la guerra nacional una lucha social, de clase. A Partir del 5 de septiembre, en el Templo de la Corderie, sede de la Federación de Cámaras Sindicales y de la sección francesa de la AIT, se realizaron reuniones públicas en las cuales se definió la formación de Comités de Vigilancia en cada distrito encargados de sostener a los guardias nacionales, organizar las subsistencias y fiscalizar la actuación de los alcaldes; asimismo, en las calles de París se pegó un cartel rojo demandando: ¡reclutamiento en masa!, ¡entrega de armas al pueblo!, ¡racionamiento de provisiones! Posteriormente, en cada barrio se escogieron delegados para conformar un Comité Central de los 20 Distritos de París, el cual se constituyó formalmente el 17 de septiembre compuesto por obreros, empleados e intelectuales que se habían destacado en el movimiento asambleario ocurrido en los últimos años del Imperio.

Así, paralelo al Gobierno de Defensa Nacional emergió el Comité Central de la Guardia Nacional, con influencia en los 20 Distritos de París, erigiéndose en un organismo de autodeterminación de las masas parisinas y convirtiéndose en germen de un nuevo poder popular, cuyo primer manifiesto planteaba votaciones a las alcaldías municipales, la elección y responsabilidad de los funcionarios, que se trasladaran las funciones de policía a los comités populares de vigilancia, la libertad de prensa, reunión y asociación, la expropiación y racionamiento de los productos básicos, el armamento general del pueblo parisino y el envío de comisarios a las provincias para articular la guerra nacional. Bajo este programa, el Comité Central envió delegaciones para presentar sus reivindicaciones al Gobierno pero sin encontrar ninguna respuesta favorable; igualmente, Flourens y otros blanquistas, intentando apuntalar el descontento popular, emprendieron manifestaciones hacia el Hotel de Ville exigiendo la dimisión de los funcionarios incompetentes, elecciones inmediatas y la movilización masiva para la defensa; pero el gobierno reaccionó prohibiendo las reuniones y postergando indefinidamente las elecciones. Entonces, el abismo entre los funcionarios gubernamentales y las masas parisinas comenzó a ensancharse cada vez más, sobre todo, conforme se ponían de manifiesto los fracasos para organizar militarmente a los departamentos provinciales y las deficiencias para resistir el sitio sobre París.

El objetivo del Gobierno era dirigir la defensa a tal forma de impedir que la iniciativa popular rebasara su liderazgo y, así, ahuyentar el peligro de una revolución; en esa línea, implementó una política doble intentando apaciguar al pueblo de París. El 30 de septiembre, decretó la moratoria en el pago de los alquileres y la devolución de artículos empeñados valuados en menos de 15 francos; después, a lo largo de octubre, el Ejército francés llevó a cabo una serie de incursiones en las zonas aledañas a París, logrando tomar varias posiciones importantes como Nagneux, Malmaison y Bourget, evidenciando que todavía después de la derrota de Sedan era posible reorganizar la defensa e, incluso, derrotar y expulsar a Prusia[6]. Sin embargo, cada avance del Ejército francés era refrenado por los propios mandos, dando la posibilidad a los prusianos de recuperarse y contraatacar; estas batallas se trocaban en derrotas, pues eran simples escaramuzas impulsadas para calmar los ánimos populares, sin representar ningún peligro para las tropas invasoras. En estas circunstancias, el 28 de octubre, el general Bazaine, quien se encontraba aún sitiado en Metz, negocia su rendición con Prusia, quedando prisionero el mayor contingente del Ejército francés. Días después sucede la pérdida de Bourget, por el general Drucot, y la llegada de Thiers tras sus gestiones diplomáticas, cuyos resultados se dan a conocer en un desplegado gubernamental informando la mediación de las potencias europeas para un armisticio.

Aunque el Gobierno intentó reservar la información de la capitulación del general Bazaine en Metz, asaltando las imprentas de los periódicos que difundieron la noticia y acusándolos de servir a Prusia, sin embargo, no pudieron enterrar la verdad. Las terribles noticias y las mentiras gubernamentales hacen reventar la indignación popular, el 31 de octubre París se levanta, las masas parisinas, hartas de farsas y no dispuestas a rendirse, realizan sendas manifestaciones; la Guardia Nacional se une a una muchedumbre que marcha hacia el Ayuntamiento gritando: ¡Traición!, ¡Abajo Trochu!, ¡Abajo Thiers!, ¡Armisticio no, resistencia hasta la muerte! Tras breves forcejeos, la multitud ingresa y exige cuentas al gobierno por su cobarde actuación; en respuesta, Trochu y otros funcionarios intentan calmar a la gente explicando las ventajas del armisticio, pero las masas gritan ¡Nada de armisticio! y exigen la dimisión del gobierno. Los funcionarios consiguen que una delegación de los manifestantes entre al Hotel de Ville a dialogar con ellos y maniobran para calmar la agitación proponiendo la elección de las municipalidades y la unión de los batallones de la Guardia Nacional al Ejército; pero la marea popular crece afuera y, al lado de las exclamaciones por ¡la República!, comienza a oírse también la consigna ¡Viva la Comuna!

Ante la presión popular, los funcionarios prometieron proclamar la Comuna y organizar elecciones para conformarla, sin fijar la fecha. Parecía que la situación se había calmado pero Flourens, junto a otros blanquistas y delegados populares de los 20 distritos arriban al Ayuntamiento, destituyen al gobierno, retienen a los funcionarios y llaman a constituir una comisión[7] encargada de organizar elecciones a la Comuna en un plazo de 48 horas. Sin embargo, los radicales pequeñoburgueses se negaron a formar gobierno con los blanquistas, haciendo perder tiempo en discusiones sobre la lista de miembros y la fecha de elecciones, en vez de tomar medidas organizativas y de acción para consolidar el poder recién conquistado. En medio de estos embrollos, guardias reaccionarios aprovechan la noche para liberar a los funcionarios retenidos, quienes se escabullen del Ayuntamiento y, una vez fuera, forman batallones a la cabeza de los cuales regresan a rodear el Hotel de Ville, que había quedado desguarnecido por las masas y los batallones rebeldes que, creyendo en la promesa de elecciones, retornaron a sus casas y cuarteles. Por la madrugada, mientras unas tropas ingresan por la puerta principal del Ayuntamiento otras se deslizan por una entrada subterránea; los funcionarios del viejo gobierno se adueñan de la situación y convencen a los jefes revolucionarios quienes, creyendo en la palabra y las garantías ofrecidas, se retiran bajo la idea de que se cumplirían los acuerdos.

Así concluye la jornada del 31 de octubre, con una nueva usurpación de la burguesía a las aspiraciones populares debido a las indecisiones, improvisaciones e ilusiones electorales de los jefes revolucionarios que se dejan arrebatar el poder; así se desaprovecha la oportunidad de establecer un gobierno popular a escala nacional capaz de organizar una defensa real y efectiva de Francia. La desmoralización cunde entre el pueblo parisino que a la mañana siguiente se da cuenta de que el Gobierno arrancó los carteles que informaban los acuerdos sobre establecer la Comuna y giró órdenes de aprehensión, desatando una ola de arrestos contra los principales líderes de la jornada del 31, a quienes acusó de instigar la guerra civil. El gobierno retoma entonces las prácticas del régimen napoleónico, efectuando un plebiscito[8] el 3 de noviembre y concediendo la realización de elecciones municipales los días 5 y 7 del mismo mes; a pesar de que en los distritos obreros más combativos prevalece la abstención electoral, la vanguardia revolucionaria, obligada por sus vacilaciones a retroceder, acaba participando y avalando los comicios. Los resultados expresaron un apoyo masivo al Gobierno, que sale bastante fortalecido; situación aprovechada por el Ministro del Interior, Gambetta, para concentrar en su persona la autoridad política y militar a nivel nacional.

En París, a pesar de ser electos algunos radicales presos o escondidos[9], la mayoría de los alcaldes escogidos en las elecciones municipales fueron republicanos moderados, es decir, contrarios a toda tentativa insurreccional que pudiera desatar la guerra civil en medio de la invasión extranjera y, por ende, decididos a sostener al Gobierno de Defensa Nacional. Asimismo, el gobernador militar de París adoptó inmediatamente una serie de decretos para remover a oficiales rebeldes, colocando al mando de la Guardia Nacional al general Clement Thomas (partícipe de la represión contra el proletariado en junio del ’48) y aislando a sus batallones para evitar que fueron influenciados por las manifestaciones populares. El Gobierno, en lugar de utilizar el capital político conquistado en los comicios para movilizar a las masas en la defensa de París, lo usó para atacar a la izquierda, desatando la represión contra las organizaciones revolucionarias, lo que provocó un repliegue del conjunto del movimiento. Pero aún con ello, los funcionarios gubernamentales no se sentían seguros pues veían ensancharse su alejamiento respecto a la clase obrera, que padeciendo el hambre y el frío, exigía el castigo a los acaparadores y la instalación de la Comuna.

Mientras subía el clamor popular por entablar una guerra efectiva, a la burguesía le urgía la paz a toda costa, pero sabía que la única manera de lograrla era infringiendo al proletariado una derrota que lo desmoralizara por completo para que así aceptara la rendición. Viendo que eran los elementos más combativos de la clase obrera quienes, aún contagiados de patriotismo, se enrolaban en los batallones encargados de la defensa de París, los generales impulsaron incursiones mal preparadas y peor ejecutadas, haciendo chocar a las tropas de frente con el enemigo con el fin sacrificarlas, minando la capacidad y la moral de combate del pueblo parisino. Fue así como, en los últimos meses de 1870, el Gobierno de Defensa Nacional escenificó una serie de salidas militares supuestamente para romper el cerco prusiano; la primera, el 28 de noviembre, al mando del general Ducrot, para apoderarse de Champigny; la segunda, el 21 de diciembre, sobre Stains y Le Bourget. Estas farsas son ejecutadas sin plan ni audacia, sin suficiente armamento ni artillería, son refrenadas al momento que logran vencer la resistencia prusiana, permitiendo la reorganización y contraataque del enemigo, por lo que terminan en caóticas desbandadas y sangrientas carnicerías.

A la Burguesía le había quedado claro que, ante la capitulación del gobierno, el peligro de revolución era más amenazante, casi inevitable, por lo que le era imprescindible mermar la fuerza del proletariado parisino lo suficiente para que, en caso de una nueva insurrección, fuera fácil derrotar a la capital revolucionaria, incluso con ayuda de los prusianos. La Burguesía no podía actuar de otra forma según sus intereses de clase, pues ya no era el Tercer Estado excluido del poder por la nobleza que, como en la Gran Revolución francesa, requirió apelar a la movilización de masas y a la comuna revolucionaria para triunfar por sobre las potencias europeas restauracionistas y afianzar su dominación. Esos tiempos ya habían pasado, ahora era la Burguesía francesa dueña ya del poder político, dispuesta a traicionar a la nación aceptando una paz deshonrosa y la pérdida de territorio con tal de evitar una revolución social del proletariado, que pudiera poner fin a la propiedad y a la sociedad burguesas. La aliada natural de la burguesía francesa, no era la clase obrera parisina -convertida de tal modo en su principal enemiga- sino la burguesía alemana, a la que le unía una solidaridad internacional de clase, contra el proletariado de ambos países.

Durante el invierno, el hambre y el frío hicieron añicos a la población, que se veía orillada a comer pan enmohecido y carne de caballo, perro o rata (mientras los ricos compraban filetes de animales del zoológico); igualmente duro fue soportar el corte de abastecimiento del gas,  con lo que París quedó  a oscuras. En estas condiciones, en los primeros días de enero de 1871 comienza el bombardeo prusiano sobre París, lo que aunado a la nula efectividad de la defensa y los rotundos fracasos de los intentos por romper el sitio, provocan el descontento popular y la radicalización de un sector de los alcaldes de París, que exigen la dimisión de las autoridades militares, la movilización de la Guardia Nacional y  la formación de un consejo para la defensa así como la renovación de los comités de guerra; demandas que a pesar de ser desestimadas por el Gobierno, encuentran eco en las organizaciones revolucionarias que comienzan a recomponerse tras la ola represiva. Así, el Comité de los 20 Distritos lanza el famoso cartel rojo denunciando la traición del gobierno y exigiendo el ¡Paso al pueblo!, ¡Paso a la Comuna! Pero el gobierno, continúa sus batallas teatralizadas no para repeler al invasor sino para desmoralizar a los franceses y convencerlos de la rendición, pues sabía que una capitulación sin el consentimiento de París significaría la revolución.

Finalmente, el 19 de enero, el Gobierno se vio obligado a efectuar una última salida, buscando acabar definitivamente con los ánimos combativos del pueblo parisino. A pesar del cansancio, el hartazgo popular generó una poderosa ofensiva de las tropas francesas que ocuparon posiciones en Buzenval y Saint Cluod. Espantado por esta valerosa acción, y contando aún con 40 mil soldados de reserva intactos, Trochu ordenó la retirada y evacuación de todas las posiciones conquistadas, pidiendo un armisticio de un par de días para recoger a los heridos y enterrar a los muertos. Esta decisión caldeó los ánimos de las tropas pues los soldados, rabiando de impotencia, entendieron que aquella salida había sido orquestada con la idea de sacrificarlos como carne de cañón. En una reunión con los alcaldes de París, convocada el 21 de enero por Trochu, éste señaló “la imposibilidad de una nueva salida”, la “locura” de seguir resistiendo el sitio y declaró la “absoluta necesidad de entablar negociaciones con el enemigo”. Pero, recordando los sucesos del 31 de octubre y temiendo una nueva insurrección, los alcaldes pidieron la dimisión a Trochu que fue sustituido como gobernador por Vinoy, un general bonapartista, quien inmediatamente tomó medidas militares no para defender a París de los prusianos sino contra un posible alzamiento popular.

En respuesta, cientos de delegados de los clubs populares y batallones de la Guardia Nacional se reunieron para deliberar cómo evitar la capitulación, definiendo encontrarse al día siguiente frente al Ayuntamiento. En la madrugada del 22de enero, se organizaron comandos para liberar a varios jefes revolucionarios arrestados y, por la mañana, acudieron batallones armados que junto con la muchedumbre se arremolinaron en el Hotel de Ville, gritando ¡Mueran los traidores! y exigiendo a los alcaldes la implantación de la Comuna. Pero el gobierno se había trasladado a otro lugar, dejando un destacamento de tropas defendiendo el Ayuntamiento, desde donde se oyeron disparos; las masas se refugian, levantan barricadas e intentan responder al fuego, el tiroteo se prolonga dejando decenas de caídos, hasta que llega un cuerpo de gendarmes dirigido por Vinoy, provocando la huida de los rebeldes que, no obstante, son aprehendidos y reservados para los consejos de guerra. El nuevo gobernador militar procede a ejecutar masivas órdenes de arresto, clausurar los clubs y censurar la prensa, además de lanzar una proclama tildando a los insurrectos de “partidarios del extranjero”. Habiendo encarcelado a varios líderes revolucionarios y creyendo haber logrado sosegar al proletariado, el Gobierno se apresta a concluir la rendición, envía una delegación a entrevistarse con los prusianos e inicia las negociaciones de paz.

El 28 de enero, a 10 días de que en el Palacio de Versalles se proclamara el nacimiento del Imperio alemán, Jules Favre y Bismark firman un armisticio por el que se entregan los principales fuertes y se desarma a la mayoría de los batallones, a cambio de permitir al Gobierno francés organizar elecciones para elegir una Asamblea Nacional que se reuniría en Burdeos con el encargo de decidir sobre la ratificación de la paz o la continuación de la guerra. Gambetta, el único miembro del Gobierno que aún quería proseguir la guerra, es desplazado políticamente por las negociaciones de paz con Alemania, y dimite el 6 de febrero. Las elecciones se efectúan el 8 de febrero, expresando el abismo que separaba a París del resto de Francia pues, a pesar de que en la capital despuntaron los candidatos socialistas y revolucionarios presentados por los comités obreros y populares, de conjunto, la Asamblea quedó constituida por una mayoría reaccionaria de conservadores y monárquicos, votados en las zonas rurales. En Burdeos, la primera decisión de la Asamblea fue nombrar a Thiers jefe del Poder Ejecutivo, y se eligen los miembros de su gabinete colocando en la cartera de Relaciones Exteriores a Favre, quien gestionó los preliminares de paz[10] con Prusia, firmados el 26 de febrero y ratificados inmediatamente por la mayoría monárquica de los diputados.

Las cláusulas de rendición incluían la entrada del Ejército prusiano a París el 1ro de marzo, lo que causó gran efervescencia entre los sectores obreros y populares de París así como entre los batallones de la Guardia Nacional. Estos eligen delgados que participan en masivas reuniones donde se elaboran sus Estatutos, reivindicando la defensa de la República y su independencia del Gobierno, y eligen un Comité Central que decide no entregar sus armas. Las masas parisinas se preparan para resistir armadamente el ingreso de los invasores, pero un llamado conjunto del CC de los 20 Distritos, las Cámaras Sindicales y la AIT evitó un choque con las fuerzas prusianas[11]. Sin embargo, los guardias nacionales junto a los comités populares de vigilancia, comienzan a esconder cañones y piezas de artillería, a asaltar estaciones y puestos militares de las murallas para apoderarse de pólvora, municiones y fusiles, que son trasportados a los barrios obreros y distribuidos entre el pueblo. Y aunque no se trató de resistir el ingreso de los prusianos, las masas parisinas instalaron enormes barricadas que cercaron a las tropas prusianas, limitando su presencia a la zona de los Campos Elíseos; aun con un sector de la capital ocupado, el pueblo continuó con el resguardo de armas, la formación de algunos comandos insurreccionales, el hostigamiento de las fuerzas policiales y la confraternización con el Ejército francés.

En ese ambiente hostil, las tropas prusianas apenas duraron unos días y se retiraron de la capital el 3 de marzo. Ese mismo día, legitimistas, orleanistas y bonapartistas constituyen una coalición monárquico-clerical en la Asamblea Nacional y pactan con Thiers una alianza contrarrevolucionaria. Impotente ante la agitación popular que se extiende por París y temiendo un alzamiento que pudieran ser secundado en las provincias, la Asamblea de Burdeos ordena publicar en la prensa falsas noticias sobre saqueos e incendios en la capital al tiempo que sustituye la tropas de la ciudad, influenciadas por la fraternización popular, con batallones más leales provenientes de Loire. Frente a este pacto monárquico de la Asamblea de Burdeos, convertida en el centro político de la reacción, varios diputados republicanos radicales dimiten[12]; entonces, libres de cualquier oposición, los diputados conservadores que sesionan en Burdeos aprueban el 10 de marzo tres leyes: cancelan la moratoria sobre el pago de las deudas y de los alquileres vencidos así como sobre los artículos empeñados, lo que implica la ruina de miles de proletarios, pequeños propietarios y rentistas. Esto constituyó una provocación al pueblo parisino, a la que le siguieron otra serie de afrentas el día 11, cuando la Asamblea decide situarse en Versalles (descapitalizando a París), clausurar varios diarios de izquierda, condenar a muerte a los acusados por la insurrección del 31 de octubre y suspender los sueldos a los guardias nacionales.

Habiendo preparado el terreno para atacar París, con el objetivo central de desarmar al proletariado, el gobierno entabla negociaciones con el sector moderado de la Guardia Nacional para que entregue los cañones que quedaban en la capital (mismos que habían sido pagados por suscripción de los propios batallones); pero fallan todas las tentativas gubernamentales por apoderarse del armamento debido a que las masas impiden al Ejército que se lo lleve. Frente a ello, el 15 de marzo Thiers decidió trasladarse a París para organizar sobre el terreno la lucha contra el pueblo parisino, intentando demostrar que la capital está bajo control y con el fin de organizar una incursión nocturna para adueñarse de la artillería resguardada en los barrios obreros de la capital. Aunque Thiers cuenta solo con 20 mil soldados mal disciplinados y hostiles al gobierno, sin embargo, se encuentra presionado por la promesa que había hecho a la Asamblea de que podría instalarse en Versalles para su sesión del 20 de marzo –“sin temor a los adoquines de la revuelta”- y por el chantaje de los financistas que negaron todo crédito al gobierno hasta que lograra pacificar París[13]; entonces, organiza apresuradamente una reunión con los mandos militares para elaborar un plan de invasión a la capital. Este error de cálculo será el catalizador que precipite la revolución del proletariado parisino y el establecimiento de la Comuna.

La insurrección del 18 de marzo y la Comuna de París

Tras varios intentos fallidos por desarmar al proletariado de París, la madrugada del 18 de marzo de 1871 el Gobierno de Thiers emprende una operación militar, con el objetivo de arrebatar los 250 cañones que la Guardia Nacional había resguardado en los barrios obreros. Comandados por el general D’Aurelles, batallones oficialistas invaden por la madrugada varios puntos estratégicos de la ciudad, que logran ocupar sin resistencia aprovechando el elemento sorpresa; mientras el pueblo parisino duerme, las brigadas de asalto se apoderan de la mayoría del arsenal pero pierden muchísimo tiempo en comenzar a arrastrarlo debido a la falta caballos y arneses, por lo que al amanecer todavía los militares pugnaban por remolcar el armamento. Entre tanto, la gente comienza a despertar y, al pasar frente a los lugares donde permanecían los cañones, la multitud rodea e interpela a las tropas, algunas mujeres se abalanzan sobre la artillería mientras otras corren hacia los barrios para dar aviso. Los generales ordenan disparar contra la muchedumbre pero las mujeres se interponen, por lo que varios oficiales rompen filas y arengan a la tropa para que bajen sus armas.

Los generales azuzan a su cuadrillas para que arremetan contra el pueblo, amenazan y agreden a quienes no obedecen, pero los soldados se insubordinan, hacen prisioneros a los generales Thomas y Lecomte, a quienes las masas obligan a firmar una orden de evacuación, y luego se les conduce a un cuartel general donde son fusilados, al medio día. En diversos lugares, los oficiales son retenidos (aunque después se les libera), las masas fraternizan con los soldados y se apoderan de nuevo de los cañones, que trasladan hacia los cerros que colindan con los barrios populares, donde la rebelión cunde, se levantan barricadas y se organiza la defensa. Ante lo acontecido, el gobernador militar de París, Vinoy, y el jefe del poder ejecutivo, Thiers, junto con los demás funcionarios, huyeron despavoridamente ordenando la evacuación de la capital y la instalación del Gobierno en Versalles. Entonces, los líderes revolucionarios de la Guardia Nacional organizan un plan para dominar los puntos estratégicos de la ciudad: Brunel ocupa un cuartel militar y la Imprenta Nacional, Duval se apodera de la Prefectura de Policía, Varlin y Bergeret se adueñan de la Plaza Vendome; los batallones insurrectos despliegan una ofensiva envolvente hasta cercar el Ayuntamiento, que es finalmente tomado, colocándose una bandera roja en el asta.

A media noche, la agresión militar orquestada por Thiers ha sido rechazada con un saldo favorable para el pueblo parisino que ha conservado la mayoría de sus cañones, se ha apoderado de miles de fusiles que le fueron quitados a los soldados y, lo más importante, ha logrado expulsar al Gobierno haciéndose dueño de la mayor capital de Europa; como plantea Marx, “la población de París convirtió inmediatamente ese episodio de su autodefensa en el primer acto de una revolución social”. En los masivos cortejos fúnebres organizados a los caídos del 18 de marzo[14], las masas gritan ¡A Versalles!, sin embargo, entre las indecisiones y el clima conciliador que privaba en el Comité Central de la Guardia Nacional, se cometieron sucesivos errores que después se pagarían muy caro. El problema de inicio es que el alzamiento del 18 de marzo fue resultado de una combinación entre la descomposición e indisciplina del Ejército (producto de su desmoralización por las derrotas y su fraternización con el pueblo) y el impulso e iniciativa revolucionaria del proletariado (rebasando desde abajo al CC de la Guardia Nacional); pero las dirigencias no tenían previsto llevar a cabo una insurrección y, mucho menos que ésta triunfara, por lo que se desaprovechó la ventaja inicial obtenida tras la victoria.

A nivel militar, el error fundamental fue volcarse a la defensiva y no marchar inmediatamente sobre Versalles para derrotar al Gobierno, que había huido desorganizadamente, por lo que hubiera sido posible vencerlo[15]. Además, se dejaron abiertas las puertas de París, permitiendo que varios oficiales escaparan, llevándose tropas y armamento; tampoco se ocuparon inmediatamente los fuertes militares instalados en las murallas, que habían sido abandonados por el Ejército en su huida, por lo que Versalles pudo retomar el fuerte Mont-Valerien, desde donde le fue posible azolar con bombardeos la capital. Asimismo, se confió el mando de la defensa militar a antiguos oficiales republicanos carentes de capacidad, algunos que incluso habían participado en el aplastamiento de la insurrección proletaria de junio del ’48, quienes traicionaron a la Comuna permitiendo que escaparan las tropas versallescas y desorganizando a las partidas comuneras. Finalmente, en vez de tomar el control del Banco de Francia, para asestar un golpe mortal a la burguesía y financiar la revolución, se contemporizó con las autoridades financieras a las que se les regateó el préstamo de una mínima cantidad de dinero mientras se les dejó seguir enviando millonarios recursos a Versalles, que el Gobierno ocupó para pertrechar al Ejército y contraatacar.

Pero la equivocación fundamental los dirigentes revolucionarios fue de carácter político, al desestimar la cuestión estratégica del poder planteada tras el triunfo del 18 de marzo, lo que les impidió afianzar un Gobierno con suficiente autoridad política y efectividad militar, capaz de implementar las medidas revolucionarias necesarias para triunfar en la guerra civil y consolidar las transformaciones sociales, la mayoría de las cuales quedaron en meros proyectos escritos en papel. Sintiéndose sin legitimidad para ejercer el poder, el Comité de la Guardia Nacional publicó una proclama a la población de París: “Hemos expulsado al gobierno que nos traicionaba. En este momento nuestro mandato ha expirado y os lo restituimos, ya que no queremos sustituir a aquellos a quienes el aliento del pueblo acaba de derribar. Preparad y haced vuestras elecciones comunales, recompensándonos de la única manera que podemos desear, veros establecer la verdadera República. Mientras tanto, conservamos el Ayuntamiento en nombre del pueblo francés.” Mientras el Gobierno tránsfuga en Versalles se presentaba como el único poder legítimo, supuestamente “nacido de una asamblea elegida por sufragio universal”, en contraparte, el Comité Central, habiendo quedado al mando de la capital, siente el vértigo de la responsabilidad que caía sobre sus hombros, y busca deshacerse del poder diciendo: “No tenemos mandato para ser gobierno”.

Lo anterior es expresivo de que la insurrección ocurrida el 18 de marzo tomó por sorpresa a sus protagonistas quienes buscan a toda costa evitar la guerra civil e intentan una conciliación con el Gobierno. Presos de ideas legalistas y pacifistas, los miembros del Comité Central entregan el poder a través de un proceso electoral: “¡A las urnas ciudadanos! Después, que el fusil sea remplazado por la herramienta, y que de este modo el trabajo, el orden y la libertad estén asegurados para todos”. Bajo esa lógica, la actitud conciliadora que guardaron los revolucionarios hacia los diputados y alcaldes locales, les permitió a estos disputar la autoridad en París, obstruir toda medida revolucionaria y promover las elecciones a la Comuna como maniobra distractora cuyo fin fue dar tiempo a Versalles para rearmarse. Así, después de varios días perdidos en disputas y negociaciones del Comité con los diputados y alcaldes locales (que habían quedado encargados de París por Thiers), firman un convenio conjunto convocando al pueblo a elegir los miembros de la Comuna: “convencidos de que el único medio para evitar la guerra civil, el derramamiento de sangre en París y al mismo tiempo reafirmar la República, es proceder a unas elecciones inmediatas”.

Los comicios se celebran el 26 de marzo, antecedidos de una campaña reaccionaria desde Versalles por desconocer la legitimidad del proceso y sus resultados, al tiempo que todas las organizaciones populares en París se vuelcan al proceso electoral, publicando en diversos periódicos y carteles proclamas que expresan una limitación ideológica y programática: “La comuna se ocupará de lo que es local, el departamento de lo que es regional, el gobierno de lo que es nacional. No traspasemos esos límites[16]. Durante esta jornada, salieron a votar 229 mil de los 485 mil electores inscritos en París, cifra significativa si se considera que la mayor participación ocurrió en los barrios obreros pues miles de burgueses, soldados y sectores reaccionarios habían abandonado la ciudad desde el 18 de marzo, yéndose a instalar junto al Gobierno de Versalles. Se eligió un concejal por cada 20 mil habitantes, resultando un total de 90 concejales; entre las autoridades recién electas figuraron muy pocos integrantes del Comité Central e, incluso, hubo burgueses reaccionarios contrarios a la Comuna, que acabarían dimitiendo en los primeros días de su cargo.

El 28 de marzo, la Comuna de París se instala formalmente en medio de una gran algarabía; cientos de miles asisten a la plaza del Hotel de Ville donde, entre banderas rojas, salvas de artillería, vítores y cánticos, los miembros del Comité Central, portando un pañuelo rojo, hacen entrega del poder: ¡Queda proclamada la Comuna en el nombre del pueblo! Al inicio, el naciente gobierno comunal poseía una composición socio-política heterogénea: una minoría formada por un grupo de alcaldes moderados pertenecientes a la burguesía así como periodistas, estudiantes e intelectuales pequeñoburgueses radicalizados, representantes de los clubs jacobinos (algunos partícipes en la revolución del ’48), y una mayoría de obreros y militantes revolucionarios de las sociedades obreras, las organizaciones blanquistas y las secciones internacionalistas. Esta abigarrada configuración interna expresa una alianza tácita entre las diversas clases sociales y fuerzas políticas que habían representado una oposición al II Imperio napoleónico; conforme a ello, se elige una Comisión Ejecutiva que ocupa el Hotel de Ville y se forman comisiones que quedan a cargo de delegados populares[17] para atender los servicios básicos.

En esta primera etapa de vida de la Comuna se plasma su contradicción fundamental, al situarse ambiguamente entre una posición estratégica defensiva y local, al tiempo que sus disposiciones en los hechos colocan a la Comuna como un doble poder nacional, pero encerrado en los marcos de la capital[18]. En vez de desconocer y lanzar una ofensiva directa contra el Gobierno, el cual había emanado de una Asamblea elegida irregularmente bajo circunstancias de invasión extranjera y cuyas atribuciones se constreñían únicamente a la cuestión de la guerra con Prusia (misión que había dado muestras visibles de traicionar), la Comuna se enfrascó en formalidades democráticas con las cuales buscó dotarse de legalidad y quedó presa de sus vacilaciones para disputar el poder en toda Francia, desperdiciando la ventaja estratégica que había obtenido tras la insurrección del 18 de marzo, perdiendo con ello un tiempo valioso para organizar el ataque contra Versalles y, en cambio, brindando al Gobierno un respiro para recomponerse. Thiers utilizó muy bien los 10 días que le dio París para reorganizar su Ejército y trazar un plan de recuperación de la capital[19].

Mientras los dirigentes parisinos dudan en atacar Versalles, se vuelcan al proceso electoral y se enfrascan en disputas internas respecto a la delimitación de funciones entre autoridades, el Gobierno efectúa inmediatos preparativos de guerra: acuartela a los regimientos militares en Versalles con el fin de aislarlos de la influencia ideológica de las masas revolucionarias; efectúa una labor de depuración y disciplinamiento en las filas del Ejército, excluyendo a los batallones poco seguros y enviándolos a las colonias del norte de África; difunde las más perversas mentiras sobre los insurrectos de París, para azuzar el odio en las tropas que serán enviadas a asaltar la capital y corta todas las líneas de comunicación entre París y las provincias, sin dejar un día de lanzar proclamas distorsionando la información de lo que ocurre en la ciudad. En esta etapa se pone de manifiesto la absoluta severidad e intransigencia de Versalles en contraste con la actitud magnánima y titubeante en París[20], de una Comuna que se encuentra obstruida desde dentro y carcomida por disputas intestinas que irán acentuándose.

En estas circunstancias, comienza el segundo sitio sobre París, efectuado tanto por las tropas prusianas que siguen rodeando el perímetro noreste de la ciudad como por el Gobierno de Versalles que se establece en el lado suroeste; se desata entonces la guerra civil del capital contra el trabajo, de la burguesía y de todos los sectores reaccionarios de Francia, contra la Comuna instalada en la capital, sostenida por el proletariado y los sectores populares. El 2 de abril, las fuerzas versallescas rompieron las hostilidades, se apoderan del poblado de Courbevoie, controlan el puente de Neully e inician el cerco sobre la capital. Al enterarse de la agresión, la rabia se extiende en los barrios populares de París, que comienzan a levantar barricadas y a exigir armas para marchar hacia Versalles; ante la indecisión de la Comuna, los blanquistas organizan por su cuenta una salida militar contra el Gobierno efectuada la madrugada del 3 de abril: Duval, Bergeret, Eudes y Flourens comandan tres columnas que se forman sin preparación, por ello, son derrotadas y se retiran en desorden; las columnas de Duval y Flourens son aprehendidas, sus oficiales fusilados y los prisioneros enviados a Versalles, donde son recibidos por turbas iracundas de ricos emigrados que los golpean y humillan en su traslado para finalmente ser hacinados en calabozos donde prosiguen las torturas, anunciando los métodos inhumanos que aplicará el Gobierno de Versalles a lo largo de las siguientes semanas que durará el conflicto.

Tras la fallida salida militar ejecutada por los blanquistas el 3 de abril, la Comuna pierde la iniciativa en la guerra civil y se vuelca hacia la defensiva, con lo cual se deja disipar la efervescencia que cundía en las provincias, la capital queda encerrada y se pierde toda posibilidad de una ofensiva estratégica a escala nacional. El aislamiento de París se ve reforzado debido a la paulatina caída de las experiencias comunales que también habían nacido en diversas ciudades provinciales que se insurreccionaron al saber del triunfo en la capital, pero donde lamentablemente también ocurrió el mismo trágico desenvolvimiento de los acontecimientos: acciones insurreccionales y formación de comisiones comunales de gobierno; confianza, conciliación y negociación con  las autoridades locales, a las que se les devuelve el poder o se les deja obstruir al nuevo gobierno; pérdida de tiempo entre proclamas y elecciones en vez de adoptar medidas revolucionarias y realizar preparativos militares para consolidar el poder; los sectores moderados titubean mientras los reaccionarios se reagrupan, organizan batallones fieles y retoman los edificios de gobierno que habían sido ocupados apenas unos cuantos días por los revolucionarios que no supieron qué hacer con el poder, faltos de audacia y energía. En toda Francia, la reacción se impone y desata una ola represiva con detenciones al azar, ejecuciones sumarias, desarme de la Guardia Nacional y aplastamiento de las comunas[21].

En la primera semana de abril ya habían caído todas las comunas revolucionarias provinciales[22], al tiempo que la salida militar improvisada por los blanquistas en la capital, había resultado en un rotundo fracaso; esto lleva a la Comuna de París a intentar ganar legitimidad y apoyo entre las diversas capas de la población por vía de una frenética labor legislativa. Los primeros decretos que había efectuado la Comuna en sus primeros días de vida fueron: la suspensión de la venta de objetos empeñados, la prórroga a las deudas vencidas y la prohibición a los propietarios para desahuciar a sus inquilinos. Medidas que constituían una respuesta inmediata a las disposiciones reaccionarias efectuadas por la Asamblea Nacional el 10 de marzo; a estas siguieron otra serie de mandatos: se levantó el estado de sitio, se abolieron los consejos de guerra del Ejército, se amnistió a todos los presos políticos y se anularon las órdenes procedentes de Versalles. Además, iniciada la guerra se elaboraron el decreto de los rehenes del 5 de abril y sobre las represalias el día 7, en venganza al fusilamiento de Flourens, Duval y varios combatientes federados, e intentando evitar la ejecución de los comuneros prisioneros en Versalles.

En las primeras semanas de abril, se llevan a cabo las tareas políticas de la revolución: se instauró la separación entre la Iglesia y el Estado suprimiendo el presupuesto para cultos, nacionalizando los bienes eclesiales y confiscando los bienes de manos muertas así como desplazando a las congregaciones religiosas de la enseñanza. En materia de justicia, se abolió el procedimiento judicial ordinario, dando a las partes la posibilidad de defenderse a sí mismas, y se proclamó la elección de los magistrados así como la organización paritaria de los jurados. Asimismo, se suprimió el ejército permanente y la policía, sustituyéndose por la Guardia Nacional, que se erigió en una milicia popular encargada de la seguridad interior y la defensa de París; e, igualmente, se sustituyó la burocracia del antiguo régimen por concejales obreros y populares, electos por sufragio y sujetos a responsabilidad, control y revocación por la Comuna. Posteriormente, la guerra civil lleva a la profundización de las reformas, que adoptan un carácter social: se brindaron pensiones alimenticias para los federados heridos o para las familias de los muertos en combate y se aprobó el derecho de pensión alimenticia a las mujeres que pedían separarse de sus maridos. En el terreno económico, se fijó el sueldo máximo de cualquier funcionario al ingreso promedio de un trabajador calificado[23]; se prohibieron las multas en los talleres, el trabajo nocturno de los panaderos y el juramento profesional e, igualmente, se entregaron a las sociedades obreras los talleres fabriles abandonados.

La cuestión de fondo es que, a pesar de la incipiente democracia obrera que adoptó formalmente el gobierno de la Comuna, la mayoría de sus decretos sociales, económicos y culturales no pasaron de ser simples proyectos de ley que no llegaron a materializarse, no solo porque las balas de Versalles impidieron prematuramente su implementación, sino desde antes, debido a que no se apoyaban en la acción directa de las masas para ponerlas en práctica de manera inmediata. Si bien las urgencias de la guerra imponían la necesidad de atender los asuntos de la organización militar para aplastar al enemigo y expandir la revolución más allá de los confines de París, las discusiones y decisiones de la Comuna respondían a una lógica parlamentaria y municipalista, que en vez de impulsar el esfuerzo de los combatientes, lo obstaculizó con una serie de formalismos burocráticos, sin que ninguno de ellos atajara la cuestión central: la consolidación del poder revolucionario, a través de la defensa militar efectiva y la aplicación del terror rojo contra los reaccionarios, así como la extensión geográfica y la profundización política de la revolución, mediante la coordinación con los procesos en provincias y la transformación de las relaciones económicas por vía de expropiar las grandes riquezas de la burguesía.

Así, por ejemplo, el decreto que prometía fusilar a tres rehenes por cada prisionero ejecutado por Versalles no pasó de mera amenaza pues la Comuna se mantuvo en los límites de la legalidad y el derecho; así, cuando el terror revolucionario se quiso aplicar ya era muy tarde, pues ya no podía surtir ningún efecto. Igualmente, las medidas sociales como los decretos sobre alquileres y viviendas vacías solo prorrogaron plazos de vencimiento en vez de expropiar las casas de los ricos para dar cobijo a los pobres o para usarlas de parapeto contra los ataques armados; igual a lo sucedido con las deudas que no se cancelaron sino solo se aplazaron y el Monte de Piedad que no fue expropiado para subvencionar la revolución sino simplemente fueron devueltos los artículos de los pobres.  Finalmente, las reformas en materia fiscal y laboral no suprimieron los fastidiosos impuestos al consumo de productos básicos ni organizaron efectivamente el derecho universal al trabajo. Todas estas iniciativas, aunque tuvieron rasgos socialistas, en realidad fueron respuestas reformistas destinadas a aliviar las condiciones de vida de la población bajo el sitio, pero que no tocaron las bases fundamentales de la propiedad privada ni de la explotación del trabajo por el capital[24].

Pero las mayores debilidades de la Comuna fueron a nivel militar y político[25]. En el aspecto bélico, no hubo ningún plan de defensa contra el sitio de Versalles, privaba el más completo desorden, indisciplina y desorganización entre las tropas, fallaba la comunicación y coordinación entre mandos, el abastecimiento de víveres y armamentos era bastante deficiente, los relevos de los combatientes era nulo en las barricadas y en los fuertes, mientras que miles de guardias permanecían inactivos en la reserva. Para la defensa armada de París no se movilizó al conjunto de las tropas disponibles, mucho menos al conjunto de la población capaz de tomar un arma así como tampoco se usó a cabalidad la enorme cantidad de recursos económicos concentrados en el Banco Central (alrededor de 7 mil millones de francos) ni todo el arsenal que se tenía en los fuertes y otros puntos de la capital[26], todo lo cual reflejaba la incapacidad por dotar de un mando militar unificado, estable y decidido a los combatientes, lo que fue producto de una crónica ambigüedad de autoridad entre la Comuna y las instancias militares, ya fuese la Delegación de Guerra o el CC de la Guardia Nacional, que se manejaron como organismos autónomos, lo que provocó crecientes fricciones e impidió la unidad militar necesaria para defender y consolidar el poder de la Comuna.

En lo político, prevaleció una carencia de capacidad, consecuencia y audacia del liderazgo revolucionario, lo que trajo consigo una aguda y crónica división en sus filas, decantándose una mayoría jacobina-blanquista constituida por los elementos demócratas pequeñoburgueses radicalizados y una minoría socialista que se aglutinaba en torno a los miembros de la Internacional, quienes fueron progresivamente desplazados de los órganos de decisión y las comisiones de la Comuna. Lo anterior derivó en una gran inestabilidad y falta de autoridad política del gobierno comunal, que se expresó en sucesivas reconfiguraciones políticas, constantes dimisiones o destituciones de los delegados y miembros de la Comuna, en las renovaciones por vía de elecciones complementarias como la del 16 de abril y, finalmente, con la conformación del Comité de Salud Pública (1ro de mayo), con el cual, tardíamente, la Comuna intentó erigir un gobierno fuerte capaz de hacer frente a la crítica situación militar y política que se agudizó a finales de abril y principios de mayo, pero que solo duró una semana y tuvo que ser reconstituido nuevamente el 9 de mayo. La cuestión esencial es que más allá de cambiar de nombre y de personas, las distintas formas del gobierno comunal se mostraron incapaces de tomar medidas enérgicas para resolver los problemas acuciantes de la guerra y la revolución.

Entonces, sin un grado suficiente de autoridad revolucionaria y centralización política, los roces personales así como los traslapes y disputas entre funcionarios e instancias comunales comenzaron a hacer agua por todas partes y tener efectos en la conducción de la guerra; por lo que no fueron casualidad las constantes recriminaciones y dimisiones de los delegados de guerra ante la indisciplina generalizada, cuya mayor expresión fue que en pleno bombardeo gran parte de la población estuviera en los restaurants, cafés y conciertos, en vez de movilizarse masivamente en la defensa militar, pues ante la falta de plan y capacidad, comenzaron a cundir la desmoralización y la deserción. La Comuna pecó de falta de rigor para aplicar las pocas medidas de disciplina revolucionaria que se promulgaron, dominando la tolerancia hacia la reacción tanto a la prensa oficialista como a los agentes provocadores y espías, contra quienes no se tomó ninguna represalia; además, programáticamente, la Comuna divagó entre los planteamientos doctrinarios y una limitada visión local-municipal que no respondía a las necesidades de la lucha[27], con lo cual se fue aislando cada vez más no solo de las masas parisinas sino de los procesos en las provincias.

Mientras los republicanos radicales intentaron reducir el proceso a la mera defensa de la capital y la reivindicación de su autonomía municipal, los internacionalistas-proudhonianos se entregaron a legislar decretos que quedarían tan solo en el papel, y los jacobinos-blanquistas se mostraron incapaces de superar su concepción militarista y abonar a la construcción de una alternativa estratégica y programática para resolver revolucionariamente la situación de doble poder entre la Comuna de París y el Gobierno de Versalles. Con ello, se desvinculó la defensa de París de una estrategia nacional de lucha, la Comuna se estancó en pleitos internos por asuntos administrativos intrascendentes mientras se dedicó a elaborar grandilocuentes proclamas que acompañaban sus proyectos de reforma social, sin haber todavía resuelto el problema central de la guerra civil, es decir, sin haber derrotado a Versalles y consolidado de manera perdurable el gobierno revolucionario. La Comuna se avocó a gestionar un poder que todavía no había conquistado del todo, mostrando una gran timidez frente a los baluartes materiales del poder burgués, un respeto ideológico por las formas legales democrático-burguesas y, ante su impotencia para vencer efectivamente al enemigo, como catarsis solo le quedó el ataque a los símbolos de la dominación burguesa, derrumbando Iglesias, monumentos y casas o quemando públicamente guillotinas[28].

Pero a pesar de las contradicciones político-militares, en medio de las cuales se batían los federados contra las tropas versallescas en el perímetro externo de la capital, en su interior, la Comuna tuvo un gran despliegue social y cultural. París estaba lleno de vida, diariamente se realizaban eventos artísticos cuyos fondos eran destinados al socorro de los heridos o las familias desamparadas; los científicos y artistas se organizaron en asambleas y comisiones para impulsar diversos proyectos: se abrieron los museos, la Biblioteca Nacional y el Conservatorio de Música a la población, se realizaron conciertos y obras de teatro populares, se acondicionó para los niños el jardín de las Tullerías y se instalaron Universidades libres con cursos educativos abiertos para los jóvenes. Las iglesias fueron convertidas en lugares de discusión política donde las masas debatían los temas candentes del momento y organizaban clubs para impulsar la iniciativa popular en los barrios[29]; diversos periódicos que se difundían por miles en la capital publicaban las decisiones de la Comuna y ejercían la más aguda crítica[30]. Mientras tanto, la Asamblea de la Comuna deliberaba diariamente en el Hotel de Ville, intentando hacer valer su autoridad política y dar respuesta a las exigencias de enfrentar el sitio, sostener la República, administrar la capital y emprender reformas sociales.

Así, mientras en París las masas se entregan a la construcción de un mundo nuevo, en el resto de Francia la escenario se complejiza. A finales de abril, las elecciones municipales convocadas por Thiers resultan en una victoria republicana y la mayoría de consejos municipales y departamentos se pronuncian por la paz y la República, incluso llegando a desconocer a la Asamblea y al Gobierno de Thiers por su política genocida. No obstante, la situación de la Comuna se torna delicada, el ataque de Versalles se intensifica obligando a pedir un armisticio para evacuar zonas que se hallan bajo constante cañoneo y a aceptar la intermediación de diversos grupos francmasones y republicanos que plantean la realización de un Congreso de los departamentos de provincia para buscar una salida negociada a la guerra, garantizar las franquicias municipales y asegurar la República frente a los deseos monárquicos de la Asamblea Nacional. En respuesta, Thiers hace uso de leyes reaccionarias del régimen monárquico para evitar que los representantes de las provincias se articulen e, incluso, ordena detener a delegados provinciales. Pero la represión no logra sofocar el clima general de rechazo hacia Versalles y de simpatía con París, que se expresa en muestras de solidaridad en el interior de Francia: se impide la partida de tropas en estaciones del tren, se intenta descarrilar vagones con municiones, se incauta armamento, se realizan manifestaciones masivas en distintos poblados, que acaban en disturbios y enfrentamientos[31].

Sin embargo, la represión desatada por el gobierno de Versalles y la falta de un plan para articular la acción desde París con las provincias, impidieron que las expresiones de solidaridad pudieran traducirse en una estrategia revolucionaria nacional que cercara a la contrarrevolución en Versalles. Entonces, en mayo se rompe el equilibrio estratégico, Thiers lanza su ofensiva y acelera su avance sobre las posiciones de la línea exterior de defensa de París; para ello, se apresura a ratificar las condiciones de paz con Prusia que quedan plasmadas definitivamente en el Tratado de Fráncfort firmado el 10 de mayo, con base al cual (en abierta violación a la supuesta neutralidad prusiana) se negocia la paulatina liberación de miles de soldados y oficiales franceses (prisioneros en Prusia por la capitulación del régimen imperial), que se incorporan al Ejército de Versalles, el cual pasó de 40 mil efectivos con que contaba a inicios de abril, a 130 mil a mediados de mayo. Las oficiales y generales liberados en Prusia estaban ávidos de expiar la cobardía y traición que habían mostrado en la guerra frente a los prusianos, ensañándose contra el pueblo parisino.

Por su parte, en París, producto de las divisiones políticas y querellas personales en la Comuna, el general Rossel sustituye a Clauseret como delegado de Guerra, pero a pesar de sus promesas de formar un ejército capaz de romper el sitio y tomar la ofensiva, se muestra inepto para meter orden en los batallones, superar las rencillas con el CC de la Guardia Nacional y se mantiene en la misma perspectiva de resistir lo suficiente para llegar a una negociación con Versalles. Así, en la segunda semana de mayo, la línea exterior de defensa de la capital comienza a desbaratarse, varios fuertes son alcanzados por el enemigo, sometidos a un fuerte bombardeo y acaban sucumbiendo, abriéndose brechas en varios puntos estratégicos. Thiers lanza una proclama en que niega que Versalles esté bombardeando París y hace un llamado a los parisinos a traicionar a la comuna, lo que refuerza el sistema de agentes y espías encargados de sobornar a los oficiales federados para que entregaran los fuertes y abrieran las puertas de la capital. En medio de ello, es evacuado el fuerte de Issy, una de las principales posiciones defensivas, lo que provoca la dimisión de Rossel y la designación de Delescluze como delegado civil de la guerra, al tiempo que se conforma un nuevo Comité de Salud Pública integrado solo por miembros de la mayoría jacobina y blanquista[32].

A partir de entonces, comienza el avance indetenible de las tropas versallescas y la progresiva pérdida de posiciones por parte de las fuerzas federadas que defienden París; conforme ganaba terreno el Ejército, colocaba baterías en las posiciones recién conquistadas, desde donde se redoblaba el bombardeo sobre París, mucho más cruento que el ataque de los prusianos pues Versalles no respetaba ambulancias, instalaciones ni personal de salud. Así, el 13 de mayo cae también el fuerte de Vanves, agudizando las disputas internas de la Comuna que provocan que la minoría internacionalista se retire a sus distritos, comprometiendo con ello la defensa integral de París[33]. El 16 de mayo, la Asamblea Nacional niega reconocer la República como forma de gobierno para Francia y, al día siguiente, agentes de Versalles explotan la fábrica de municiones Rapp, provocando gran zozobra en la población parisina; para el 20 de mayo, reforzado con las tropas liberadas por los prusianos y con voluntarios traídos de las provincias, el Ejército estrecha el asedio sobre las murallas de la capital, replegando a los federados detrás de los muros de París.

Finalmente, el 21 de mayo, al mismo tiempo que se realiza un concierto en beneficio de las viudas y huérfanos comuneros, las tropas de Versalles comienzan a entrar a la capital debido al descuido de los centinelas que, en medio del desconcierto y la desorganización militar, dejaron la puerta de Saint-Claude desprovista de defensores. Se desata el infierno e inicia la semana sangrienta. Durante la tarde, mientras la Comuna se ocupaba de temas irrelevantes y trata la noticia del ingreso del Ejército como una “falsa alarma”, las puertas occidentales de Saint-Claude, d’Auteuil, Passy y Sevres caen sin resistencia; las tropas oficialistas comienzan a distribuirse en la ciudad, siendo recibidos como salvadores en los distritos acomodados donde propietarios, comerciantes, conserjes y religiosos comienzan a denunciar a los comuneros. Pero conforme se fueron internando hacia el centro y noreste de París, se encontraron con las barricadas dispuestas por miles de hombres, mujeres, ancianos, jóvenes e, incluso, niños que, mal armados y sin experiencia ni pericia militar, se batieron contra un Ejército profesional bien pertrechado. Los soldados comenzaron a tomar algunos puntos estratégicos, mal defendidos por la nula preparación defensiva de la Comuna en la zona occidental de la ciudad, que entre el 22 y 23 de mayo ya estaba dominada por el Ejército.

La Comuna lanza un llamado[34] al levantamiento en masa, intentando organizar en cada plaza y bocacalle la defensa de los distritos populares de París; se construyen improvisadamente cientos de barricadas bajo el supuesto de que el Ejército arremetería frontalmente, sin embargo, las tropas versallescas aplican una táctica de flanqueo, avanzando por calles adyacentes, ocupando edificios y disparando desde las azoteas, con lo que logran traspasar las barricadas, atacarlas a espaldas y tomarlas[35]. Asimismo, el Ejército implementa una estrategia envolvente, avanzando a través de los barrios exteriores, desplazándose por fuera de las murallas hacia los márgenes izquierdo y derecho de la ciudad, desde donde avanzan al centro de París, que es tomado el 24 de mayo. Ello obliga a los comuneros a replegarse a los barrios mejor protegidos, conforme se evacúan las barricadas se va incendiando los edificios principales: el Consejo de Estado, el Palais-Royal, las Tullerías, la Prefectura de Policía, el Palacio de Justicia, el Ministerio de Finanzas  y el Hotel de Ville son abrazados por el fuego, lo que ralentiza el avance del Ejército pero no frena el ataque de las tropas de Versalles que colocan banderas tricolores en las zonas ocupadas, fusilan en masa a comuneros y abren fosas para arrojar los cadáveres apilados sobre enormes charcos de sangre.

Desde los primeros enfrentamientos, los comandantes y batallones versalleses organizaron masivas ejecuciones sumarias de comuneros, ensañándose incluso contra la población desarmada, provocando la exasperación de las masas parisinas que exigen fusilar a los reaccionarios hechos rehenes por la Comuna, quienes son trasladados de Mazas a la cárcel de La Roquette, fusilándose a 6 personajes[36]. En contraparte, los generales de Thiers desatan una guerra sin cuartel, se ordena no tomar prisioneros, el objetivo es el terror y el exterminio en masa no solo contra los federados que resisten sino contra toda persona que aparentase haber portado un arma, esté vestida como obrero o simplemente por su apellido o nacionalidad; incluso diputados, periodistas y oficiales republicanos que fueron críticos del Imperio son ejecutados, aunque no simpatizaban con la Comuna. Cunde la desmoralización, algunos comienzan a esconder uniformes y fusiles tratando de escapar a la muerte, los líderes moderados se esfuman cobardemente, el CC de la Guardia Nacional lanza un manifiesto con condiciones de paz al Gobierno[37] y diversos llamados a los soldados versalleses[38]; pero toda reconciliación es imposible ya, los jefes revolucionarios organizan una defensa desesperada, siendo muchos de ellos asesinados como Rigault quien es fusilado, o Dombrowski, Vermorel y Delescluze quienes caen heridos de muerte. Esto lleva a un estado de exasperación en los barrios populares, donde las masas emprenden una segunda ola de ejecuciones contra 50 reaccionarios cautivos.

El 25 de mayo concluye el cerco y asalto a Montmartre, donde no se había realizado ningún preparativo militar por lo que cae uno de los principales baluartes del París revolucionario; el Ejército avanza hacia los distritos obreros XI, XIII, XIX y XX, últimos reductos de la resistencia comunal, donde aún se mantenían en pie importantes fortalezas insurgentes en Belleville, la Bastilla y el Chateau d’Eau. En los barrios populares de la periferia se tuvo más tiempo para preparar la defensa, por lo que la lucha fue más encarnizada; el 26 de mayo, después de resistir varios días los cañones versalleses, caen los distritos XI y XIII, la alcaldía del distrito XX se convierte en centro de operaciones donde Varlin y los pocos jefes insurgentes que siguen vivos dan órdenes y emiten el último bando de la Comuna, exhortando a los habitantes de los distritos XIX y XX a resistir mancomunadamente a las tropas enemigas; pero ya nadie hace caso, la gallardía y el sacrificio de los revolucionarios crecen de manera inversamente proporcional a su capacidad de coordinación y a su efectividad de combate, por lo que la superioridad numérica, armamentística y organizativa del Ejército se acaba imponiendo. Tras la caída de Belleville y Buttes-Chaumont, el sábado 27 los últimos batallones federados se refugian en el panteón del Pere Lachaise, donde la batalla se hizo cuerpo a cuerpo, con bayoneta y cuchilla, quedando cientos de cadáveres sobre las tumbas y bajo las zanjas en las que fueron arrojados los federados que fueron fusilados en el muro del cementerio.

El domingo 28 de mayo, en las calles Faubourg-du-Temple y Ramponeau las barricadas restantes son defendidas hasta el último cartucho e individuo con vida; al día siguiente, es rendido el fuerte Vincenns y sus oficiales fusilados. La Comuna ha sido derrotada al tiempo que la mayor parte de la capital ha quedado en ruinas, ahogada entre inmensas nubes de humo, tanto por la quema de edificios como por el incesante bombardeo de Versalles; sobre los escombros de París, Thiers proclama a los cuatro vientos: “¡La causa de la justicia, del orden, de la humanidad y de la civilización ha triunfado!”. Pero el terror no acaba, la represión se torna generalizada; en París rige el estado de sitio, los soldados demuelen las barricadas y son conducidos por informantes voluntarios para allanar y registrar casa por casa, aprehendiendo a hombres y mujeres de todas las edades; se organizan cacerías con perros y antorchas para buscar a comuneros escondidos en catacumbas y bosques; se colocan retenes militares en todas las estaciones, salidas y puertos de Francia para evitar huidas y se pide a los países europeos la extradición masiva de fugitivos. Los presos son hacinados en diversas cárceles por toda Francia, en pontones marítimos y en las colonias francesas de ultramar; miles mueren en el camino por no soportar las torturas o por enfermedad en los insalubres calabozos en los que son recluidos.

En Versalles los tribunales militares trabajaron día y noche hasta junio de 1872, condenando a muerte o deportación a miles de milicianos y civiles que no son tratados como beligerantes sino como criminales comunes. En las primeras semanas, miles son fusilados diariamente aunque las ejecuciones continuaron hasta enero de 1873; tal era la cantidad de cadáveres que se abrieron fosas masivas en cementerios, suburbios y bajo las murallas o fueron incinerados en enormes hogueras. Las bajas por los ataques versalleses sumaban alrededor de 4 mil muertos y 3, 500 prisioneros hasta antes del 21 de mayo; pero tras los 7 días que duró la masacre de la última semana de vida de la Comuna, los muertos ascendieron a más de 30 mil, los prisioneros a 40 mil (1,850 mujeres y 650 niños) y a 4 mil los deportados a Nueva Caledonia; solo algunos cientos lograron exiliarse hacia Inglaterra, Suiza y Bélgica, donde organizaron una Sociedad de Refugiados y cajas de apoyo mutuo. La fastuosa cantidad de pérdidas puede medirse porque en los comicios de julio hubo 100 mil electores menos; pero asimismo, porque la industria francesa se desplomó durante varios años ante la falta de mano de obra por la masiva cantidad de asesinados, detenidos, escondidos o emigrados.

Ese fue el precio que tuvo que pagar el proletariado de París por atreverse a tomar el cielo por asalto y construir un nuevo mundo sobre las ruinas de la vieja sociedad. La ola reaccionaria continuó durante varios años, votándose leyes para suprimir la Guardia Nacional (último vestigio del poder obrero) y para prohibir la asociación del proletariado, (particularmente dirigida contra la Internacional[39]). Sin embargo, el sacrificio de los comuneros impidió la restauración de la monarquía, anhelada por Thiers y la Asamblea de Versalles, e impulsó la consolidación de la República; igualmente, la recomposición del movimiento obrero y las manifestaciones populares en conmemoración de la Comuna a finales de la década obligaron a decretar una amnistía general, promulgada en julio de 1880. Asimismo, la llama de la Comuna de París tuvo resonancias internacionales que se expresaron en protestas contra el gobierno francés y diversas muestras de solidaridad con los comuneros en los medios obreros, políticos e intelectuales alrededor del mundo. Más aún, como primera experiencia histórica de gobierno proletario, los ecos de la Comuna no pudieron ser borrados aún con la sangrienta represión y la condena mancomunada de la burguesía internacional, sino que las obreras y los obreros de París, con su heroísmo y valentía, dejaron un legado para las revoluciones futuras, sentando así las bases del porvenir; como planteó Karl Marx:

ya no puede haber paz ni tregua entre los obreros de Francia y los que se apropian el producto de su trabajo […] la lucha volverá a estallar una y otra vez en proporciones crecientes. No puede caber duda sobre quién será a la postre el vencedor: si los pocos que viven del trabajo ajeno o la inmensa mayoría que trabaja. Y la clase obrera francesa no es más que la vanguardia del proletariado moderno […] El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera.

NOTAS

[1] La pregunta formulada tramposamente por Napoleón en su plebiscito, fue: “¿El pueblo francés aprueba las reformas operadas en la Constitución desde 1860?”, con lo que atrajo el apoyo de más de 7 millones votos, aunque en París más del 60% de la población votó por el “NO”. Desde entonces ya se prefiguraba el desfase político entre un París radicalizado y las provincias todavía bajo el influjo napoleónico.

[2] Los procesos contra la AIT se realizaron desde 1868, concluyendo cada juicio con multas y encarcelamiento de los principales líderes así como en la supuesta disolución de la Internacional; sin embargo, con cada condena las secciones crecían más, pues los tribunales eran usados como tribunas por los revolucionarios acusados. Los últimos juicios fueron el 20 de marzo, 29 de abril y 22 de junio de 1870, condenando a severas penas judiciales a los principales miembros de la sección francesa de la Internacional, por su apoyo decidido a las huelgas obreras, las manifestaciones por la paz y a la campaña política contra el plebiscito organizado por Napoleón para legitimarse y emprender la guerra contra Prusia; 10 días antes de la declaración de guerra, el gobierno ordenó la disolución de todas las organizaciones ligadas a la AIT en Francia; sin embargo, sus líderes encarcelados serían liberados por la revolución y formarían parte de la dirigencia de la Comuna.

[3] “Rochefort, Eudes, Brideau, cuatro desdichados que, por los falsos informes de los agentes, fueron condenados por el asunto de La Villette (del que no sabían nada), los condenados del proceso de Blois, y algunos otros a quien perseguía el Imperio, fueron liberados” (Michel, 1898, 81).

[4] El Gobierno de Defensa Nacional quedó a cargo de 12 integrantes, además de Rochefort y Trochu, los otros miembros fueron los diputados Jules Favre, Simon y Ferrry, Emmanuel Aragó, Glais Bizoin, Garnier-Pagés, Ernest Picard, Crémiux, Pelletan y Gambeta.

[5] Una muestra de que el miedo de la burguesía a la revolución dictaba la estrategia militar fue que el Gobierno y el Alto Mando se negaron a amalgamar los distintos cuerpos de las tropas (ejército, infantería y civiles) como había hecho el Ejército Revolucionario en 1793; asimismo, hasta el último momento se negaron a movilizar a las milicias civiles en la defensa contra la invasión, debido a que mostraban tendencias democráticas y populares: “Hasta el último mes del sitio, la Guardia Nacional se limitó a mantener el orden […] en el interior de París y a guardar la murallas; la defensa activa quedó encomendada a los soldados regulares, los marinos, y los mobiles” (Brogan, 1947: 55).

[6] París contaba con más de medio millón de hombres en armas, que todavía se podían “instruir a fondo a aquellos trescientos mil guardias nacionales, unirlos a los doscientos cuarenta mil soldados móviles y marinos amontonados en París, y hacer con todas esas fuerzas un poderoso torrente con el que se expulsaría hasta el Rin al enemigo” (Lissagaray, 2004: 59).

[7] Entre los nombres propuestos para conformar la comisión que organizaría las elecciones resaltaban Blanqui y Delescluze así como personalidades del radicalismo republicano: Luis Blanc, Ledru-Rollin, Victor Hugo, Raspail, Félix Pyat, Millier, Dorian; todos estos últimos que se negaron a participar y avalar la insurrección.

[8] La proclama del gobierno decía: “El gobierno consultará a toda la población de París […] sobre la cuestión de saber si quiere o no como gobernantes a los señores Blanqui, Félix Pyat, Flourens y sus amigos, o si conserva su confianza en los hombres que el 4 de septiembre han aceptado el peligroso deber de salvar a la patria”. La pregunta del plebiscito fue: “¿Quiere la población mantener, sí o no, los poderes del Gobierno de Defensa Nacional?”. A lo que una mayoría de 557 mil parisinos contestaron “sí” y solo 63 mil dijeron “no”.

[9] Entre los candidatos más votados en las diversas alcaldías, como alcaldes o adjuntos, estuvieron: “Ranvier, Flourens, Lefrançais, Dereure, Jaclard, Millière, Malon, Poirier, Héligon, Tolain, Murat, Clemenceau y Lafont (Ranvier, Flourens, Lefrançais, Millière y Jaclard seguían presos)” (Michel, 1898, 100).

[10] Las condiciones de paz fueron: la cesión de las provincias fronterizas de Alsacia y Lorena; el pago de cinco millones como indemnización de guerra; la ocupación del territorio durante los tres años de plazo para el pago total del monto; la evacuación prusiana conforme las cantidades se fueran cubriendo.

[11] El llamamiento conjunto para evitar el choque del pueblo parisino con las tropas prusianas decía: “Todo ataque serviría para exponer al pueblo a los golpes del enemigo, que anegaría las reivindicaciones sociales en un río de sangre […] Ciudadanos, toda agresión significaría la caída de la República.” (Duclos, 1966: 65).

[12] Los diputados que dimitieron fueron: Clemenceau Malon, Ranc, Rocheford, Tridon, Garibaldi, Delescluze, Félix Pyat y Victor Hugo. La mayoría de quienes simpatizaron e, incluso, se incorporaron a la Comuna.

[13] El mismo Thiers explicó más tarde que “los hombres de negocios iban por ahí repitiendo constantemente que sólo comenzarían las operaciones financieras cuando todos esos desgraciados fueran eliminados y se les quitaran los cañones” (Merriman, 2014: 68).

[14] Solo se lamenta la muerte de un hijo del dramaturgo Victor Hugo, y la del centinela Turpin, heridos durante el ataque.

[15] En la Investigación parlamentaria sobre la insurrección del 18 de marzo, el propio Vinoy, uno de los más furibundos generales de Versalles reconoció: “El Comité Central cometió un error grande e irreparable al no aprovechar su ventaja para marchar inmediatamente sobre Versalles”.

[16] Incluso entre la vanguardia internacionalista prevalece la confusión política, lo que se expresa en el cartel publicado conjuntamente por las sección francesa de la AIT y la Cámara Sindical Federal, influidas por Proudhon, en vísperas de las elecciones a la Comuna: “¿Qué hemos pedido? La organización del crédito del cambio, de la asociación a fin de asegurar a trabajador el valor íntegro de su trabajo. La instrucción gratuita, laica y obligatoria. El derecho de reunión y de asociación; la libertad absoluta de prensa y la libertad del ciudadano. La organización, desde el punto de vista municipal, de los servicios de policía, de las fuerzas armadas, de la higiene y de las estadísticas” (Ollivier, 1967: 165).

[17] La composición original de las delegaciones y comisiones de la Comuna fue la siguiente:

Comisión Ejecutiva: Eudes, Tridon, Vaillant, Lefrancais, Duval, Pyat y Bergeret.

Guerra: Cluseret (delegado), Delescluze, Tridon, Avrial, Arnold y Ranvier.

Hacienda: Jourde (delegado), Beslay, Billioray, V. Clément, Lefrançais y Félix Pyat.

Seguridad general: Raoul Rigaud (delegado), Cournet, Vermorel, Ferré, Trinquet Dupont.

Educación: Vaillant (delegado), Courbet, Verdure, Jules Miot, Vales J.B. Clément.

Intendencia: Viard (delegado), Varlin, Parisel, V. Clément, Arnould, Champy.

Justicia: Protot (delegado), Cambon, Dereure, Clémence, Langevin, Durand.

Trabajo y cambio: Fraenkel (delegado), Theisz, Malon, Serailler, Ch. Longuet, Chalin.

Asuntos Exteriores: Paschal Grousset (delegado), Léo Meillet, Ch. Gérardin, Amouroux, Johannard, Vallès.

Servicios Públicos: Andrieu (delegado), Ostyn, Vésinier, Rastoul, Antoine, Arnaud, Pottier.

[18] Como señala Ollivier: “al sublevarse contra la representación nacional, el Comité Central, quiéralo o no, había entrado en el terreno nacional […] la fuerza espiritual del movimiento rebasaba fácilmente los límites de París y propagaba el ejemplo dado por la capital [por ende] caía en la utopía imaginándose ingenuamente poder erigir y mantener un mundo nuevo dentro de París” (1967: 167-168).

[19] Aprovechando el control prusiano sobre los fuertes del este, el plan de Thiers para tomar París fue distraer las fuerzas parisinas con las operaciones en Courbevoie, mientras bombardearía el suroeste doblegando los fuertes de Issy y Vanves, que resguardaban el Point-du-Jour, una saliente que una vez dominada, le permitiría desplegar su ejército completo hasta las inmediaciones de la capital.

[20] Al respecto, en una carta de Marx a Liebknecht, del 6 de abril de 1871, señala: “Parece evidente que los parisinos están derrotados. Ellos mismos tienen la culpa, pero esta culpa es resultad de una gran honestidad. El Comité Central y más tarde la Comuna dejaron tiempo a […] Thiers para que concentrase las fuerzas enemigas: Primer, porque tenían la loca voluntad de no impulsar la guerra civil. ¿Acaso Thiers no la empezó ya al intentar desarmar París por la fuerza? ¿Acaso la Asamblea Nacional, convocada únicamente para decidir entre la guerra o la paz con Prusia, no declaró de inmediato la guerra a la República? Segundo, porque no quería que sobre de ellos sobrevolara la duda de haber usurpad el poder, perdiendo un tiempo precioso con las elecciones de la Comuna, para las que la organización llevó mucho tiempo, cuando habría que arremeter directamente contra Versalles después de la derrota de los reaccionarios en París”.

[21] Al respecto comenta Lissagaray: “Las revueltas en las ciudades se extinguían así, una tras otra […] Los revolucionarios de provincias se habían mostrado en todas partes completamente desorganizados, impotentes para empuñar el poder. Vencedores en todas partes en el primer choque, los trabajadores no habían sabido hacer otra cosa que gritar: ¡Viva París!” (2016: 179).

[22] Las primeras Comunas que se establecieron en provincia nacieron de la crisis política abierta con la derrota de Sedan y la caída de la Monarquía; en septiembre de 1870 se sublevaron Lyon, Marsella y Toulouse, proclamando la comuna pero sin un plan preciso por lo que solo fueron efímeras. Tras la insurrección del 18 de marzo de 1871, nuevamente Lyon encabeza la insurgencia provincial, pero nuevamente es derrotada; sucediéndole la caída de Saint-Etienne, Le Creusot, Marsella, Tolosa, Narbona y Limoges. “En todas partes la acción concertada de los clubs socialistas, de los guardias nacionales, y de los enviados parisienses (en su mayoría jóvenes sin experiencia), se mostró incapaz de montar una acción sólida” (Ollivier, 1967: 187).

[23] El sueldo equivalía a 6 mil francos por año, siendo el de los miembros de la Comuna de 4 mil y de los maestros de 2 mil.

[24] Al respecto, Lenin señalará como dos de los principales errores de la Comuna, que se “detuvo a medio camino en lugar de proceder a la ‘expropiación de los expropiadores’ [y] la excesiva magnanimidad del proletariado: en lugar de exterminar a sus enemigos, que era lo que debía haber hecho, despreció la importancia que en la guerra civil tienen las medidas puramente militares”

[25] Sobre la debilidad de la Comuna, en una carta de la ciudadana Gerard dirigida a la Comuna, se decía: “El primer deber del gobierno es hacer que se ejecuten sus decretos: si no tiene esa firmeza, sus adversarios no dejarán de explotar esa debilidad y sus partidarios, incluso los más fervientes, se desmoralizarán […] Mi corazón de ciudadana teme que la debilidad de la Comuna haga abortar nuestros bellos proyectos de futuro”

[26] Según Lassagaray, París contaba con más de 200 mil combatientes disponibles de los cuales solo estuvieron activos menos de 60mil, y respecto al armamento, se contaba con alrededor de 1,200 bocas de fuego de las cuales solo se utilizaron 200.

[27] Esta contradicción programática del gobierno comunal quedó plasmada en los llamamientos que hizo la Comuna al pueblo de Francia a finales de abril, donde por una parte se expresaba un punto de vista particularista y federalista, conforme al cual “París solo aspira a fundar la República y a conquistar sus franquicias locales”, mientras que, en contraparte, se pedía la ayuda de las provincias en estos términos: “Ayudadnos a triunfar […] porque habrá revoluciones en el mundo hasta que […] se hayan cumplido: la tierra para los campesinos, la herramienta para el obrero, el trabajo para todos”

[28] Entre las iglesias que se derrumbaron fueron la de Bréa, construida en honor a un militar muerto en la revolución de 1848, y la Capilla en honor a Luis XVI; asimismo, se echó abajo la casa de Thiers (confiscándose sus pertenencias, incluida su colección de obras de arte) y la Columna Vendome, símbolo del militarismo francés y, finalmente, fue carbonizada la guillotina, como instrumento de la opresión y la tiranía.

[29] Los clubs fueron el motor de la revolución y las células organizativas encargadas de las tareas diarias de gestión y defensa en los barrios. El 7 de mayo se constituyó una Federación de los clubs, con el objetivo de ejercer un control popular sobre el gobierno de la Comuna. “La Comuna recibió de ellos una ayuda preciosa en lo concerniente a las condiciones materiales de la guerra contra Versalles y al bienestar de los proletarios” (Bourgin, 1966:77).

[30] El 20 de marzo apareció el primer número del Journal Officiel de la Commune, en el que se difundían las minutas de las sesiones así como los decretos y proclamas emanados de la Asamblea de la Comuna; paralelamente, emergieron decenas de periódicos como Le Vengeur, La Commune, La Sociale, La Cri du Peuple, el Pere Duchene, Le Bonnet Ruoge, entre otros.

[31] También fuera de Francia hubo diversas muestras de solidaridad internacionalista, como en Alemania donde organizaciones obreras protestaron ante la firma del Tratado de Fráncfort e intentaron impedir el envío de tropas francesas, o en Inglaterra donde sindicatos y parlamentarios exigieron el fin de la guerra civil.

[32] Arnaud y Ranvier, que habían sido elegidos desde el primer Comité de Salud Pública, permanecieron en sus puestos, mientras Gerardin, Meillet y Pyat fueron depuestos y en su lugar entraron al nuevo Comité Delescluze, Eudes y Gambon.

[33] El 15 de mayo la minoría protestó y se retira de la Comuna con la publicación de un manifiesto: “La comuna ha abdicado su poder en manos de una dictadura […] La mayoría, con la adopción de esa medida, se ha declarado irresponsable. La minoría afirma, por el contrario, que acepta todas las responsabilidades del movimiento revolucionario […] reclamamos el derecho a ser los únicos que respondamos de nuestros actos, sin atrincherarnos detrás de una dictadura suprema. Nos retiramos a nuestros distritos”.

[34] La proclama elaborada por Delescluze al conocerse el ingreso en París de las tropas de Versalles, decía: “¡Paso al pueblo, a los combatientes de desnudos brazos! La hora de la guerra revolucionaria ha sonado […] El pueblo no entiende nada de maniobras técnicas. Pero cuando tiene un fusil en la mano y adoquines bajo sus pies, no le dan miedo todos los estrategas de la escuela monárquica juntos”.

[35] Sobre la completa desorganización militar de la Comuna, Lissagaray planteó: “Si la menor idea de conjunto hubiera dirigido este esfuerzo […] si el ejército versallés se hubiera encontrado con alguna explosión hábilmente dirigida, hubiera vuelto espaldas más que aprisa. Pero los federados, faltos de dirección y de todo conocimiento de la guerra, no vieron más allá de sus barrios y de sus propias calles. En lugar de doscientas barricadas estratégicas, solidarias, fáciles de defender con siete y ocho mil hombres, sembraron centenares de ellas, imposibles de guarnecer. El error general consistió en creer que el ataque vendría de frente, cuando los versalleses ejecutaron en todas partes movimientos envolventes” (2016: 195).

[36] Los 6 ejecutados son el arzobispo Darboy, el presidente del Senado Bonjean, el cura Deguerry y tres jesuitas.

[37] Los puntos del programa de paz de la Guardia Nacional eran: 1) cese de hostilidades y ninguna represalia; 2) disolución de la Asamblea Nacional y de la Comuna; 3) evacuación de París por el Ejército; 4) elecciones municipales en París y elecciones generales para una Constituyente a nivel nacional.

[38] Los llamamientos del CC a las tropas versallescas decía: “¡La hora del gran combate de los pueblos contra sus opresores ha llegado! ¡No abandonéis la causa de los trabajadores! ¡Uníos con el pueblo del cual formáis parte!”.

[39] La ley sobre asociaciones, promulgada el 14 de marzo de 1872 decía: “Toda asociación internacional que, bajo cualquier nombre que fuere, y particularmente el de la Asociación Internacional de los Trabajadores, tenga por fin provocar la suspensión del trabajo, y abolir el derecho de propiedad, la familia, la patria, la religión o el libre ejercicio de los cultos, constituirá por el solo hecho de su existencia y de la de sus ramificaciones en suelo francés un atentado contra la paz pública” y castigaba con cárcel, multas y la suspensión de los derechos civiles y políticos a todo francés o extranjero que se afiliase o apoyase a la AIT (en Bourgin, 1953: 154-155).